
El fin de semana me junté con mi viejo amigo José Manuel, alias Manal (y también conocido como Mel). Es curioso, pero lo veo poco durante el año -él estudia musicología en Santiago-, pero cada vez que lo veo me parece que el tiempo vuelve un poco hacia atrás en su inclemente avance hacia el futuro. Manal debe ser de las pocas personas en que uno puede reconocer su escencia intacta siempre... ah, me explico:
En mi opinión, la gente siempre cambia. El tiempo, la vida, todo nos lleva a ir gradualmente cambiando. Algunos evolucionan (osea, cambian en miras de un desarrollo personal), otros solo mutan y algunos, los casos más tristes, se deforman. Lo importante en este inevitable sendero, es que uno sea fiel a su esencia. En cada uno de nosotros hay algo que nos hace nosotros, algo que nos define. Es un poco como lo que Aristóteles definía como esencia. Puede ser que ni siquiera uno mismo sepa bien qué es ese algo que lo hace único, pero ahí está. La clave es que a medida que cambiamos, no perdamos esa esencia. Y uno nota de inmediato si alguien ya no es la misma persona que conoció cuando, después de un tiempo separados, uno se reencuentra y no reconoce al otro. Es triste, pero en ese momento uno puede decir que ya no sabq a quién tiene al frente.
Ahora bien, como decía, Manal es una de las personas que mejor han conservado su esencia. Por eso mismo debe ser que cada vez que me junto con él, me siento más cercano a mi pasado, más joven... incluso un poco despejado del presente. Por lo demás, mi amigo es una de las mejores personas que conozco. Puede sonar salamero, pero así es.´
Bueno, me junté con él el domingo y fuimos a ver la feria de antigüedades que hacen en... oh... se me olvidó el nombre de la calle... en todo caso es de esas que van de la alameda hasta la plaza de armas. Habían un montón de cosas interesantes, pero nada lo suficientemente atrayente como para comprármelo. El largo recorrido nos sirvió para ir conversando un montón. Es muy agradable hablar con José Manuel. Aparte de que es un tipo que sabe mucho y que tiene ideas muy claras, es de una liviandad de genio muy agradable. Hahahaaha... realmente le envidio mucho su personalidad y su cultura.
Entre las antigüedades y estar destripando la ciudad más monstuosa de Chile, llegamos al final de la feria y decidimos tomarnos un helado... un enorme helado. Después, ya que en Santiago no hay nada que hacer un domingo en la tarde, partimos al cerro Santa Lucía. Yo no lo conocía y tenía ganas de ir al menos una vez. Nos daba risa... ajajaja... ese lugar parece una copia de segunda de los parques y monumentos europeos de la misma época. Es bastante decidor sobre el caracter chileno. Copiar, pero copiar medio chantamente, creyendo que pasa piola.
Desde arriba, uno puede apreciar la magnitud de Santiago. Si siempre he pensado que es una ciudad fea y que no me vendría a vivir aquí ni cagando, esa visión fue la sentencia final de mi opinión. Como una mancha inmunda, como un tejido canceroso se extiende en todas las direcciones, apenas frenada por la cordillera. Edificios repulsivos, manchones de vegetación mustia y la omnipresente nube de smog se despliegan frente a la vista de quien aguante el sol pegandole en la cabeza arriba del Santa Lucía. Y la gente no se percata. Ellos
admiran la vista y gozan de los par de arboles del parque. Por cierto, tuve la suerte de presenciar un pequeño atisbo de la dinámica de autodestrucción de una urbe así. Justo mientras estábamos arriba, se inciendió el edificio (horrible) Diego Portales. Desde la altura pude ver como el grotesco inmueble humeaba como víctima de un bombazo y los bomberos lo recorrían por encima tratando de aplacar al voraz y ancestral enemigo del hombre sedentario: el fuego. Dicen que el fuego purifica... tal vez a Santiago le haga falta un gran incendio o algo así... a lo más FLCL, donde Endsville era arrasada por el fuego purificante de Canti para purgar sus pecados.
Finalmente bajamos de las alturas del pequeño y maltrecho castillo Santa Lucía. Abajo hay un "Jardín Japonés"... me interesó. Fuimos... es horrible. Mal cuidado le queda cirto a ese manchón de plantas descontroladas, con dos piletas de agua estancada y medio putrefacta, que lo único japonés que tiene son unas lámparas de piedra. Mientras observábamos el triste espectáculo y hablábamos de juntarnos con Oscar (otro maigo del colegio) para ir a Viña a ver a Claus (otro más), unos pendex de la generación (o degeneración, como bien acotó Manal) Kudai disfrutaban maravillados sacandose fotos en el "jardín" japonés.
¿Y después?... pues más helado. El calor nos lleva a eso... no... para qué engañarnos, no es el calor, es la adicción. Jajajaja. Pero es un vicio más sano y más barato (ambos relativos) que otros. Y mientras nos tomábamos sendas copas de helado, pensamos en nuestra siguiente movida....... ir a comprar más helado!!!!... Guardamos la cuchara y partimos al supermercado más cercano a comprarnos una casata de helado de frambuesa de San Francislo de Loncomilla. Un manjar delicioso que todo ser humano debiese probar al menos una vez en su vida... claro... si vamos a pegarnos un patache de ehelados, al menos que sean buenos ¿no? El problema es que no había. Pero el relajo, la disponibilidad de tiempo y el hecho de que ambos disfrutamos de la compañía del otro, nos llevaron a seguir caminando para encontar otro super en el que si encontramos el bendito helado.
Por lo visto, la costumbre de comprarse una casata y cucharearsela en la vía pública o en un parquecito no es santiaguina para nada. Al contrario, parece ser una cosa típicamente valdiviana. La gente nos miraba raro mientras nos zampábamos nuestro "sherbet" (waaaajajajaaja... ese es el siútico nombre del tipo de helado, que es más espumoso y no sé qué más). También deben haber mirado raro porque nos recagábamos de la risa moldeando cortes transversales de la geografía chilena en helado... recorrindo el país de norte a sur. Incluso llegamos a la conclusión de que, si en los colegios le enseñasen a los niños la geografía con casatas de helado, les quedaría mejor en la memoria... pero también les quedaría la guata para la cagada.
Terminamos empalagados y pegajosos. Yo tenía helado incluso en la pierna... ¿Cómo llegó ahí? No lo sé bien, pero debe haber alguna explicación... supongo... o_O Y terminamos contentos. Al menos yo... En verdad no hay nada comparable a tener buenos amigos. Lo único que lo supera es estar con la mujer a la que amas. Pero, pese a que son dos sentimientos de amor al fin y al cabo, son diferentes. Me alegra tener pocos amigos, pero buenos.
... si el fuego purga los pecados, el helado mantiene a la amistad?.. jajajajaa....

... por cierto... llegué a la casa a comerme un pan con ketchup y mayonesa... jajajajaj.. quedé "ensherbetado" con tanto dulce todo el día. Por suerte no soy diabético.