miércoles, septiembre 20, 2006

Más que cuatro patas… dos corazones


Siempre se ha dicho que la comida que se prepara con cariño sabe mejor. No por nada nuestras madres nos dicen que el ingrediente mágico de las delicias que suelen prepararnos es el amor… claro que las madres dicen muchas cosas y muchas de ellas las dicen nada más que para recibir uno que otro beso de sus esquivos hijos varones. Sin embargo, en este particular debo estar más que de acuerdo con nuestras progenitoras. El amor ciertamente es un ingrediente clave. Y no hay que equivocarse, no es uno de aquellos aditivos un tanto insulsos que se agregan a los guisos más por siutiquería, que por habilidad o conocimiento culinario. No es tampoco uno de aquellos mágicos frutos del oriente lejano que aportan una pequeña, pero distintiva nota aromática o de sabor a un plato. El amor o el cariño es fundamental para comprender algunas comidas.

Curiosamente este misterioso ingrediente invisible no es tan importante dentro del plato como lo es fuera de él. Tal vez resulte un poco extraño, pero me explico en seguida. No podemos tomar una pizca de amor o una cucharada de cariño y verterla en la olla. Sin embargo, si cocinamos para alguien a quien amamos dedicamos otro tiempo al proceso. No cocinamos mirando la hora, apurados por llegar a la mesa a engullir, sino que picamos con dedicación cada pedacito de jamón, probamos una y otra vez el guiso hasta estar completamente seguros de que su sabor es perfecto. Ningún detalle es demasiado… aún aquellos que nadie notará. Sonreímos al saber que vamos por buen camino cuando la pasta comienza a cambiar de color en su baño hirviente de burbujas y nos ponemos un poco tensos cuando vigilamos todas nuestras ollas al mismo tiempo. El tiempo ya no importa, lo relevante es que el producto de ese tiempo refleje dignamente lo que sentimos por quién lo degustará. Es casi como si el tiempo mismo fuese a ser ingerido y por ello debiese ser el más preciado. Quizá suene un tanto descabellado, pero al cocinar para un ser amado es como si le ofrendásemos un poco de nuestras vidas, un lapso de nuestras existencias sobre la tierra, para que lo incorpore a si y contribuyamos a su felicidad.

Pero no es la comida el único depositario del maravilloso componente. Como mencioné, no es EN la comida donde está el amor, sino alrededor de ella (pero no como esas salsas pelotudas que los gastrónomos suelen “churretear” alrededor del plato). Así, lo más importante de todo es el momento de compartir el la mesa con nuestra persona amada. De nada vale haber cocinado el más refinado plato y haber pasado horas en la cocina si uno no está ahí para contemplar el rostro de quien amamos cuando le presentamos la ofrenda, si no compartimos la mesa, el tiempo, la conversación y el silencio de los ritmos de la mesa. ¿No es acaso la recompensa más sublime ver el placer (no seamos estrechos de mente… el placer es más que sólo el sexo) reflejado en el rostro del otro? Y además –en un juego que algo debe tener de ególatra– saber a ciencia cierta que ese placer proviene de algo que nosotros creamos.

Y que conste que el compartir la mesa, ya sea con quien amamos o con otros, no es cualquier cosa. En realidad la comida para los seres humanos hace tiempo que dejó de ser una mera rutina de nutrición. Es un ritual. ¿Acaso no invitamos a nuestra mesa sólo a quienes deseamos dar de uno u otra manera una cercanía con nosotros? Por algo invitar a una persona a almorzar es mucho más potente como signo de amistad, que tomarse un café por ahí o qué se yo… No es sólo comer, es ingresar a un círculo, a un núcleo, es confianza. Probablemente sea algo que hayamos heredado culturalmente de nuestra época de cazadores-recolectores. El alimento era escaso y difícil de conseguir. Compartirlo era todo un gesto de aceptación. No cualquiera comía y menos con otros. Comer sólo era “no ser”, era estar afuera.

No soy el único que piensa en esta línea, por si ya hay alguien diciendo “las weas que escribe este weon”. Sin ir más lejos, este domingo, en el Artes y Letras aparece una reseña del libro “Una historia de la comida” de un tal Felipe Fernández-Armesto, historiador. El tipo habla de ocho grandes revoluciones culinarias que afectaron no sólo a nuestra manera de comer, sino a toda nuestra cultura y civilizaciones. Entre éstas destaco la segunda, que habla del momento en que la comida pasa a ser rito, pero también comparto su aprensión por la octava: el advenimiento de la industrialización. Ambos compartimos el temor por la comida rápida. No… no se engañen. No estamos hablando del típico miedo a la mala nutrición, sino de la amenaza de la cultura del comer. El tipo que come en solitario no sólo no está acompañado, sino que se aísla del mundo humano, se convierte en un no humano y socava las bases mismas de lo que nos convirtió en lo que somos hoy: seres gregarios. Puede sonar alaraco, pero piensenlo un momento. ¿Con quién comparte el momento de intimidad que es la mesa? ¿Qué valor puede asignarle al tiempo compartido con otros? ¿No es acaso completamente deshumanizador comer como máquinas? Comida en serie en comedores atiborrados de anónimos sin rostro en ciudades grises que no le dan el tiempo a sus habitantes de compartir una comida de verdad con sus familias, amigos y seres amados. El panorama en un poco desalentador. Personalmente me alegro de vivir en una ciudad suficientemente pequeña para que aún se valore el ritual de la mesa… aunque no son tantos quienes lo comprenden de verdad.

Ah… por cierto, algunos se preguntarán a pito de qué tanta divagación gastronómico-socio-intelectual. Como el fin de semana me quedé sólo en casa normalmente me habría aprontado a comer tristemente sólo. Tal vez mirando por la ventana, tal vez frente a aquel idiotizante y fascinante aparato llamado TV. Pero no, me alegro de tener la dicha de contar con la mujer a quien amo. Comimos juntos e incluso cociné para ella. Quizá algunos crean que comer de a dos o de a uno es cuestión de números y que la comida es la misma con o sin compañía, pero para mi una mesa con amor es algo irremplazable. El mejor banquete no depende de los manjares, sino de los comenzales.

martes, septiembre 05, 2006

Palabras


No creo que le pueda llamar a esto poemas... que además creo que es un arte sobrevalorado y autoinflado. Más bien son pensamientos y palabras reordenados... no tienen ni título. Como este texto es largo pondré uno no más... de ahí quizá me anime a poner otro de los que ando trayendo..... Aps... no tienen ni título estas cosas... jajajaaja.. pa que vean que en realidad sólo son pensamientos que en un momento atrapo en palabras y las escribo.... quizá debiese dalrles un título. Es como si no tuviesen un nombre... un poco triste.

Un rayo rojo parte la calma
de aquella noche agobiante.

El sol de un amanecer que

creía imposble se inflama

y su sangre coagula mi tiempo.


De pronto la macabra sonrisa

de la fría reina del rocío

me recuerda que tras la melodía

se extiende el reino del silencio... y temo.


Temo que un día el mar

reclame para si el sueño

de aquel que viaja sin moverse,

ahogando el fuego en recuerdos.


Mas entonces espero ser una sombra

y compañar a la luz

donde quiera que decida ir,

dejando tras de si sólo la memoria

del abrazo cálido en la tierra

y la huella de un beso en el bosque.

viernes, septiembre 01, 2006

"No Jóven"

Si ser joven en chile implica:

Huir de la realidad, drogándote
Tomar hasta quedar hecho un patético recuerdo de lo que eres
Machetearte el pelo y aludir que es "alternativo", único y personal
Disminuir tu vocabulario a 2 o 3 palábras, más varios garabatos y unos tantos sonídos amorfos
Vestirte como si vinieses saliendo de un basurero, o vestirte con ropa "vintage" (osea jurando que te pareces a la gente que salía en las series malas de los 70 y 80)
Oler a una mezcla de "cebolla", marihuana y humedad
Tratar de ser lo más diferente posible... sin dejar de ser parte del "grupo"
Hacerse el choro pretendiendo que nada te importa y tomando riesgos absurdos que no redundarán en nada
Reclamar contra todo, sin que importe qué o por qué... la cosa es reclamar. Despues de todo, todo está mal, ¿no? (Ah... y rara vez proponer alguna solución de verdad útil)
Que el centro de tu vida sea el sexo... ojalá con varias parejas (porque es más "bakan" el o la que tienen más minas o minos)
Rehuir cualquier compromiso de cualquier índole y con cualquier persona, llámese amigo, familia, novia, etc.
Pensar que aprender es para weones pernos y poner atención de vez en cuando es de "aweonaos"
Siempre estar dispuesto a exigir tus derechos (incluso algunos que no lo son), pero nunca asumir tus responsabilidades
Carretear, carretaer y volver a carretear
Pretender que se puede ser apolítico y negarse a la vida activa y responsable como ciudadano (porque cualquier cosa que huela a sistema es mala...)
Pertenecer a alguna tribu urbana o grupo "alternativo", o corriente, o "colectivo", u otro tipo de agrupación en la cual todos encuentran que son lo supremo y la vanguardia más avanzada y se palmotean las espaldas
Que leer es una pérdida de tiempo... claro, salvo que sean poetas malos y desconocidos (ojalá escatológicos o marginales) o literatura "mal vista"... o en su defecto autores "malditos" o subversivos (como Bukowski y otros)
Ser un artista incomprendido
O un revolucionario adelantado a su época
O un iluminado que no es tomado en cuenta...
Etc...

... en fín, si ser jóven en nuestro país implica ser lo anterior, me declaro oficialmente "no jóven".


.. por suerte.



Es una pequeña reflección que me vino a la mente apropósito de lo que se suele ver en Valdivia cuando es época de festival de cine. Este lugar se llena de "jóvenes", como los llamamos en nuestra sociedad, y se hace tan patente que si no eres como ellos no eres reconocido como parte de "los jóvenes", que me llegó a molestar. ¿Por qué un grupo ha de apropiarse del privilegio de ser joven?... ¿Acaso los jóvenes de hace 50 años no lo eran porque usaban camisas blancas y corbatas?... Bueno, el caso es que pensé que hay que hacer en nuestro país para que seas un jóven "legal, legal"... y resulta que, al parecer, o nací viejo (cosa que dudo) o simplemente no encajo ahí. ¿cuantos más hay por ahí que no les interesa ni remotamente ser como esos?