viernes, julio 04, 2008

Frascos de Vidrio

Me gustan los frascos de vidrio. Ya no se usan, son de otra época, de un tiempo que me gustaba mucho, de los días en que las cosas aún se hacían para durar, en que la gente se preocupaba de lo que le rodeaba y de quienes le rodeaba. Los frascos de vidrio son transparentes y aunque a veces tiñan su contenido con el matiz de su propio color, siempre podemos ver lo que hay adentro.

Recuerdo mi infancia y veo esos grandes frascos, que probablemente no eran tan enormes, llenos de maravillas… las maravillas del mundo, esperando a ser descubiertas. Mermeladas, caramelos, tornillos, bochas, galletas y de vez en cuando amargas medicinas. Los frascos de vidrio tenían vida propia, un peso en la mano. Aún vacíos hacen notar su presencia y nos hipnotizan con los extraños reflejos y refracciones. ¿No es acaso relajante, envolvente y genial poner uno de ellos en el centro de la luz que entra por la ventana en verano y verse de pronto rodeado por olas, nubes y montañas? Y pegar los ojos a ellos, viendo cómo el mundo se vuelve borroso y extraño, o usarlos para ver bajo el agua es sólo un poco menos atractivo.

Pero, como dijo al principio, no creo que sea el frasco en si el que me agrada, sino lo que representa. Encontrarse hoy con un frasco de vidrio tiene una serie de implicancias. En primer lugar llaman la atención, resultan anacrónicos. Probablemente más de uno piense “oh, viene en un frasco de vidrio”, con cierta sorpresa. También es probable que de inmediato asociemos algo que se nos ofrezca en la tienda de este modo a un producto de calidad (tomen nota publicistas y vendedores de pomada). Es un poco como con las galletas que vienen en lindas cajas de latón; pensamos que deben ser más ricas, mejores, aunque no sea así. Prestigio, esa es la palabra. El frasco de vidrio es prestigio. Y claro, en nuestros días de lo desechable, de lo pasajero, asociamos todo aquellos que nos evoque el pasado con prestigio. Basta ver a nuestro alrededor: el frac, una prenda por excelencia anacrónica, es el símbolo de la sobriedad y elegancia de novios y diplomáticos; Rols Royes sigue poniéndola a sus autos el mismo estilo de radiador que hace casi un siglo. ¿Y para qué ir tan lejos? ¿No suele todo el mundo comentar cosas como que buena era la comida casera de antes? Basta con ver cómo la industria nos vende esos pensamientos en cómodos envases que dicen “estilo casero”, receta tradicional” o “como la hacía tu abuela/mamá”.

No nos engañemos, no es la mera nostalgia la que nos hace pensar esas cosas. No es el típico y barato “todo tiempo pasado era mejor”. Eso sería ser simplón y amargado. La respuesta no está en “el pasado”, sino en cómo se vivía en ese pasado. La gente se esmeraba en las cosas que hacía… quizá porque sabía que eran las únicas cosas que había, quizá porque esas cosas eran para quienes lo iban a apreciar o quizá solamente porque esas cosas tenían que durar toda un vida o más. Hoy las cosas lamentablemente se han vuelto pasajeras, descartables, impersonales. ¿Quién, honestamente, aún valora un regalo hecho a mano? ¿Cuántos pueden pasar por enfrente de las multicolores y seductoras vitrinas e ignorar la “última moda” o el aparato más moderno? Vivimos amarrados a lo efímero, esclavizados de lo cambiante… aunque la mutación sea forzada y no se justifique.

No crean, en todo caso, que soy un avejentado gratuito, que odio el progreso o que estoy en contra de la modernidad. También a mi me gustan las nuevas tecnologías y me agradan muchas cosas nuevas, pero aún me gustan los frascos de vidrio.

¿Será que el plástico nos aburre después de tantos años?

1 Comments:

Blogger fatima said...

Andres estoy de acuerdo contigo,

amo los frascos de vidrio!

9:51 p. m.  

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