viernes, diciembre 07, 2007

Fuego

En el mar de humo danzan su último baile,
envueltos en burbujas de memoria,

los peces del conocimiento.

A la luz del hipnótico ritual de la calcinación
Se unen la mente y el corazón,

y las lágrimas asoman desde ambos.

Como una cicatriz oscura, enorme y caliente
se erige ahora el baluarte del saber.

Pero el conocimiento no se quema.

¿Y la memoria arderá?


Es curioso cómo cada quién perdió algo importante con el incendio del edificio Emilio Pugín, conocido como "el de los pescados". Los científicos que trabajaban ahí vieron comsumidos años de trabajo, muchos de ellos su vida entera como investigadores. ¿Quizá cuántos estudiantes pensaron en sus tesis cuando vieron el humo levantarse sobre Valdivia como un inmenso manto de mal augurio? Muchos perdieron sus trabajos y ya se ha dicho que las colecciones de plantas, peces y anfibios que encontraban en el Pugín su lugar de almacenamiento serán irreemplazables.

Probablemente Darwnin y Philippi estarán retorciéndose de angustia en sus tumbas. Pero también los futuros científicos, en el vientre de sus madres deben sentir la pérdida.

¿Y yo...? Para mi ese edificio era una parte curiosa de mi vida. Mis primeros meses sobre este planeta los pasé en parte ahí. Acunado por los olores de laboratorio y los arrullos de las mentes universitarias. Envuelto en mantas primero y luego correteando en sus pasillos angostos y repletos de afiches y calcomanías de todo el mundo, es como viví yo el particular ambiente del subsuelo del edificio de los pescados, donde funcionaba zoología. Algunos días antes del incendio había estado en él de nuevo. Y entrar ahí siempre me daba una sensación de familiaridad, aunque yo nada tenga que ver con la zoología.

Ahora, como siempre ha sido, lo único que realmente perdura es lo que queda en el interior de las personas.